De regreso a casa 

 Sin lugar a duda la pandemia por la Covid  19 nos trajo de vuelta a casa; y uno que otro nómada le ha tocado emprender toda una odisea física, mental y espiritual de camino al lugar donde siempre han de ser recibidos con una cálida sonrisa: la casa. 

 Marzo del año 2020 quedará en la memoria de millones de personas en Colombia; fue justamente a mediados de mes que la vida nos mandó un mensaje inesperado y para muchos abrupto: ¡DETENTE! Sí, deténganse, y quizás muchos no lograron entenderlo en el momento – me incluyo – porque verdaderamente nadie esperaba que el ritmo con el que se llevaba hasta ese entonces la vida debía cambiar, debía desacelerar la manera despiadada e incansable con la que se estaba desafiando el tiempo. 

 Al principio fueron días de mucha confusión – y hasta de pánico – y solo se buscaban las formas de comprender, aceptar y adaptarse al nuevo panorama, sobretodo por pensar que la vida personal, laboral y social se limitaría solo a las paredes de la casa hasta un tiempo indefinido. Todo pintaba como una película donde los principales actores seríamos todos. 

 Las aplicaciones para comunicarse por internet empezaron su arduo trabajo, y corrimos en búsqueda de familiares, amigos y hasta desconocidos, con el propósito de desahogar y encontrar razones y consuelos desde sus historias y experiencias. Quizás en esos momentos, muy pocos visualizaron que pasarían cosas interesantes en mitad del confinamiento, cosas que impregnarían de alegrías o de tristezas los hogares, no solo de Colombia sino del mundo.  

 En esta oportunidad quisiera detenerme a compartir las sensaciones que he experimentado, y les adelanto que nunca había estado tanto tiempo en casa. 

 De dos a tres semanas de cada mes, era el tiempo mínimo que me mantenía en carreteras, en aire o en agua, andando por muchos sitios donde frecuento trabajar; el diálogo permanente, el compartir sonrisas, el sentarse con una taza de café y palpar los corazones de quienes abren las puertas de sus comunidades y hogares para construir sueños, el conocer paisajes y sabores nuevos, el coleccionar amaneceres y atardeceres desde distintas latitudes, el agotar muchas listas de canciones mientras me desplazaba de un lugar a otro; ese era mi día a día. 

 Y en mitad de este momento de “quietud o silenciamiento”, donde se han empezado a agudizar los sentidos, solo hasta ahora he comprendido muchas cosas, justamente hay una que hoy quiero contarlesmi casa se ha convertido en mi nueva escuela; y no me refiero precisamente a la misma “escuela” que me forjó cuando niño o adolescente, sino a la “escuela para rescatar a adultos nómadas” que sin darnos cuenta vamos perdiendo poco a poco la necesidad del calor familiar, y nos alejamos. 

 La casa, la de siempre pero que ahora siento como nueva, restauró en mí la posibilidad de sonreír como lo hacía de niño, de sentir con pasión esa mirada de magia y amor con la que siempre deberíamos ver a nuestros padres; mi casa ha puesto a prueba mis valores, me ha enseñado a recuperar pasiones y a experimentar cosas para las que siempre tenía excusas (no tengo tiempo, me queda muy lejos, etc…). Mi casa le ha dicho a mi nomadismo que hay que equilibrar, que a pesar de que construir caminos es una de nuestras misiones de vida, el estar en casa con los tuyos también lo es.